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¡Despierta!

JUICIO FINAL

JUICIO FINAL La doctrina cristiana, basada en pasajes del Nuevo Testamento la resurrección de los muertos se atribuye al mismo Cristo, que completará así su obra de redención de la especie humana. Todos los muertos resucitarán para ser juzgados, "aquellos que han hecho el bien" llegaran "a la resurrección de la vida; y aquellos que han hecho el mal, a la resurrección del juicio" (Jn. 5, 29). Según la mitología griega, nuestro juicio final dependerá de la diosa Maat, que encarna la verdad y la justicia, el orden universal y el equilibrio cósmico. Al final de su viaje, el difunto penetra en la sala de juicio donde reside el tribunal divino constituido por Osiris y por cuarenta y dos divinidades funerarias. La etapa decisiva es el pesaje del alma, donde Maat, simbolizada por una pluma de avestruz, es pesada con el corazón del difunto. En caso de que el juicio sea favorable, si el alma pesa lo mismo que Maat, el difunto será admitido en el reino de Osiris y podrá gozar de una nueva existencia, en caso contrario, será condenado a vagar por el Nun. Un barquero llamado Caronte transportará el alma de los muertos a través del río Éstige  hasta la laguna Estigia que sirve de entrada al otro mundo; admitía en su barca sólo a las almas de aquellos que habían recibido los ritos sepulcrales y cuyo paso había sido pagado con un óbolo (moneda griega de plata) colocado bajo la lengua del cadáver. Aquellos que no habían sido sepultados y a quienes Caronte no admitía en su barca eran condenados a esperar junto a la laguna Estigia durante 100 años. Antes de que los espíritus pudieran revivir en el mundo superior, debían beber del Leteo (río del olvido) para olvidar la felicidad experimentada en el Elíseo, paraíso prehelénico, una tierra de paz y felicidad plenas. En Alaska, Siberia, Canadá y Groelandia existe la creencia de que el nombre de una persona es también un alma. Al morir, el alma del nombre deja el cuerpo de la persona y se dice que queda “sin hogar” hasta ser invitada a residir en el cuerpo de un recién nacido. Los nombres tienen poder, y quien recibe el nombre de un difunto hereda algunas de sus buenas cualidades personales. Mitos y leyendas hablan con frecuencia de almas errantes tras la muerte y cuentan cómo, por medio del alma del nombre, los difuntos se convierten en espíritus guardianes de sus descendientes. Un mito inuit nos dice que mientras los fallecidos están a la espera de renacer, sus almas forman la aurora boreal y cuentan que al final del mundo hay un gran abismo con un peligroso sendero que pasa por un agujero del cielo y llega hasta la tierra de los muertos. Las almas de quienes los han cruzado encienden antorchas para guiar a las recién llegadas. La sabiduría védica enseña que todos los seres vivos de este mundo son almas eternas que viven en un cuerpo temporal. El alma individual llamada atma, es una partícula de la naturaleza divina. Todas las almas tienen sus propios deseos y para cumplirlos tiene lugar el ciclo de la reencarnación, denominado samsara, cuando el alma deja el cuerpo que muere, se reencarna en otro cuerpo; el alma pasa por todas las formas de vida, de los insectos a los dioses. Las diez encarnaciones de Vishnu son llamadas avatares, de la palabra avatar, que significa “el que baja”. Van adaptando de modo progresivo formas más desarrolladas, desde la acuática hasta la mamífera y la humana. Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina inspirándose en el Génesis nos describe el juicio final donde los personajes parecen transportados por una doble espiral hacia arriba y hacia abajo alrededor de un Cristo en majestad, Dios creador, de brazos justicieros, a cuyo lado se encuentra sentada la Virgen María, con un rostro temeroso e implorante. La humanidad está representada impotente y sometida al implacable poder de la voluntad divina. Bajo la mirada de los ángeles del Apocalipsis y de los santos mártires son conducidos hacia las puertas del infierno donde reina Minos, príncipe del Hades, el cuerpo rodeado por una serpiente. Los elegidos resucitados salen de la tierra y se elevan hacia Dios. Los antiguos persas, que asumieron las doctrinas de su maestro religioso Zoroastro, desarrollaron la concepción más amplia de la destrucción del mundo por el fuego dentro de la idea de un sufrimiento moral mayor. Según esta creencia, en el momento del final del mundo, los adoradores del señor de Mazda serían distinguidos del resto de la gente soportando de manera sucesiva el sufrimiento del metal fundido, y el bien sería entonces recompensado.

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