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¡Despierta!

EDWARD BACH

EDWARD BACH

Edward Bach nació el 24 de septiembre de 1886, en Moseley, un pueblo a cinco kilómetros de Birmingham, Inglaterra.

Concentrado en sus descubrimientos, Bach apenas consideraba su propia salud. Ya en 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial, fue declarado inútil para el servicio militar a causa de sus malas condiciones físicas. No obstante, se le confió la responsabilidad de las cuatrocientas camas del Hospital de la Universidad en la que se había licenciado. En julio de 1917, Edward tuvo que ser operado de urgencia, y el diagnóstico fue atroz: tumor con metástasis. Le diagnosticaron tres meses de vida. Fue un golpe terrible ya que creía, estar destinado a llevar a término una tarea capital, pero ahora no podría realizarla, y así cayó en una profunda depresión, sin embargo, esta postración duró poco porque Bach reaccionó y decidió que si tenía que desaparecer, era preciso que dejase detrás de él el mayor trabajo realizado. Pasando la mayor parte del tiempo en el laboratorio, sus experimentos lo absorbieron completamente. Y un buen día Bach se dio cuenta de que a pesar de haber transcurrido los tres meses prefijados, seguía con vida. Los médicos que lo asistían no daban crédito a sus ojos: ¡la enfermedad retrocedía!

Así fue cómo Bach comprendió que un gran amor, una pasión, un objetivo en la vida eran factores decisivos ante los cuales incluso la Muerte pierde todo poder. Mucho más tarde, esta intuición tuvo un encuentro en la práctica médica. Todas las flores que había aprendido a usar con fines terapéuticos tenían una característica común: la de restituir energía al cuerpo y la mente. De esta manera, recobraba el paciente la voluntad de vivir y, gracias a esto, lograba curarse. Con respecto a esto Bach dijo: “No existe una verdadera curación... sin la paz del alma y sin una sensación de júbilo interno". Buscó la causa de las enfermedades en las bacterias, en la alimentación, en las actitudes psicológicas de los pacientes, pero interiormente sabía ya la respuesta que más tarde le confirmaría la experiencia: en la base de toda enfermedad hay un estado de ánimo negativo. Partiendo, pues, del estado de ánimo es preciso curar al paciente.

Respecto a las vacunas, Bach no estaba demasiado satisfecho: curaban efectivamente a muchas personas pero a otras no. Y en algunos casos, se reproducía la enfermedad. Entonces, buscó nuevos remedios entre las plantas y las hierbas de la naturaleza. ¡Debía de haber algo para los que no reaccionaban satisfactoriamente a los nosodes! Así descubrió que algunas plantas aportaban los mismos beneficios de las bacterias, y con la esperanza de hacerlas más eficaces, empezó a reelaborar las vacunas, reemplazando los siete grupos de bacterias por otras tantas plantas. Todos sus momentos libres los pasaba en el campo en busca de aquéllas. Mientras tanto, había iniciado un estudio metódico del ánimo humano; Bach anotaba de cada paciente el estado de ánimo, las reacciones a la enfermedad, las costumbres y los diversos cambios. De este modo, con los remedios que tenía a su disposición, empezó a curar también los estados de ánimo, y los resultados fueron alentadores porque comprendió que, como había sucedido ya unos años antes, mejorando el estado de ánimo de un paciente se favorecía su curación.

A los cuarenta y tres años inició así una nueva vida. Se estableció en un poblado de Gales y volvió a dar largas caminatas por los prados y los bosques, siempre en busca de las flores que podían serle de utilidad. Metódicamente, se sentaba durante horas al lado de una planta y la observaba hasta que conocía todas sus características. Algo le decía que las flores anheladas eran las más sencillas y modestas.

La fitoterapia (tratamiento de las enfermedades mediante plantas) no era ninguna novedad, pues desde siglos atrás se curaban los seres humanos con hierbas. Pero Bach estaba convencido de que las flores eran mucho más eficaces que las hierbas, ya que contienen toda la energía de la planta en que brotan. Sospechaba, además, que algunas flores no se limitaban a intervenir en el funcionamiento de un órgano o sobre el órgano enfermo, sino que trabajaban a un nivel más sutil y profundo, cambiando el estado psicológico negativo de la persona, o sea el terreno sobre el cual se implantaba la enfermedad. A finales de los años 30, Bach ya había descubierto nuevas flores e identificado doce estados de ánimo negativos fundamentales que era necesario reequilibrar. Esos doce estados de ánimo eran:

Miedo, terror, tormento mental, indecisión, indiferencia o aburrimiento, duda o desaliento, intromisión, debilidad, desconfianza en uno mismo, impaciencia, excesivo entusiasmo y soledad. Faltaban tres flores para curar todos los estados de ánimo individualizados por Bach, y las descubrió entre los años 1931-32. Ahora ya tenía a su disposición doce remedios base, esenciales para la curación de otros tantos estados de ánimo, a los que denominó los doce curadores Eran los siguientes:

Heliantemo para combatir el terror. Mímulo para el temor o miedo. Ceratostigma para las dudas sobre uno mismo. Scleranthus para la indecisión. Genciana para el desaliento. Centaura para la debilidad o flaqueza. Violeta de agua para la soledad. Impaciencia para la impaciencia. Agrimonia para los tormentos mentales. Achicoria para la intromisión. Verbena para el entusiasmo excesivo y Clemátide para la indiferencia.

A partir de entonces, Bach empezó, no sólo a curar, sino a divulgar los resultados positivos obtenidos con su nueva terapia. Entre los años 1929-1934, aparte de los artículos para los adeptos a sus trabajos, escribió dos pequeñas obras que obtuvieron un éxito resonante e inmediato: Heal Thyself (Cúrese usted mismo) y The Twelve Healers and Other Remedies (Los doce curadores y otros remedios), cuyo contenido ya había anticipado en parte en otro volumen: Free Thyself.

 El 27 de noviembre de 1936 se acostó y falleció mientras dormía. Tenía cincuenta años. Según la medicina oficial habría debido morir en 1917.

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