SUERTE
Durante cientos de años, el hombre se ha formulado la pregunta: “¿Qué es la fortuna?”, y ha sugerido cientos de respuestas. Sorprendentemente, aun con todas ellas, pocas personas pueden decir que en realidad se sienten afortunadas.
Hace miles de años, China tenía un dictador extremadamente cruel y egoísta, se llamaba Qin Shi Huang o Ch'in Shih-huang (260 a. C. 210 a. C.), fue el primer emperador de una China unificada, reinó bajo el nombre de Primer Emperador. Este emperador fue el que ordenó la construcción de la gran muralla china. Muralla de unos nueve mil seiscientos kilómetros alrededor del país que se cobró miles de vidas cuyos cuerpos están enterrados en ella.
En aquel tiempo, también había un chino muy anciano que sólo tenía dos cosas en el mundo a las que amaba: su único hijo y su único caballo. Pero quiso la suerte que un día el caballo se escapara. Al conocer la noticia, todos los ancianos de la ciudad fueron a consolarle, diciendo: “¡Qué mala suerte que tu caballo se haya escapado!”. El anciano les miró y replicó: “¿Cómo sabéis que es mala suerte?”
Unos días más tarde, el caballo regresó, seguido por otros seis caballos. De este modo aumentó la riqueza de aquel hombre. Al verlo, los ancianos de la ciudad volvieron a verle y le dijeron: “¡Qué suerte que ahora tengas siete caballos”. El anciano reflexionó, les miró y repuso: “¿Cómo sabéis que es suerte?”.
Aquella tarde, el único hijo del anciano decidió tratar de montar uno de los caballos salvajes. Cayó y a consecuencia de ello quedó inválido. Entonces los ancianos volvieron a reunirse a su alrededor y le dijeron: “¡Qué mala suerte que tu hijo se haya caído del caballo y no pueda andar!”. El anciano le contestó del mismo modo diciendo: “¿Cómo sabéis que es mala suerte?”. Los ancianos perplejos se fueron.
Al día siguiente, los hombres del emperador llegaron a esa misma ciudad. Tenían órdenes de alistar a todos los jóvenes que gozasen de buena salud para la tarea de construir a mano la horrible muralla de nueve mil seiscientos kilómetros. Fueron reclutados todos los jóvenes de la ciudad, excepto el hijo del anciano. Cuando eso ocurrió, los ancianos de la ciudad estaban seguros de que por fin comprenderían la sabiduría del viejo.
Se acercaron de nuevo a él y le dijeron: “¡Qué suerte tienes de que tu hijo no haya sido reclutado para construir la muralla!”. De nuevo, el anciano les miró y dijo: “¿Cómo sabéis que es suerte?”.
En ese momento los ancianos estaban completamente desconcertados. Salieron de ahí y se reunieron en consejo. Entonces volvieron con el anciano y dijeron: “Lo hemos hablado entre nosotros y estamos de acuerdo en que tú eres el hombre más sabio de toda China, sería una suerte que gobernaras nuestra aldea. El anciano elevó sus manos al cielo de desesperación y dijo: “¿Cómo sabéis que sería una suerte?. No quiero ese cargo”. Este anciano bien podría decirse que conocía el secreto de la fortuna.
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