La particularidad más hermosa de esta ínsula inexistente ha tenido a lo largo de los tiempos numerosos y muy variados apelativos, Aprósitus: isla a la que no se puede llegar o que no se muestra, la Encubierta, la Inaccesible, la Non Trubada, Makáren Nêsoi, hasta su denominación actual de San Borondón. Sin duda, la quimérica odisea de San Brendan de Clonfert concuerda perfectamente con la idea que en el archipiélago canario se halla San Borondón: una misteriosa isla que aparece y desaparece en diversos puntos del horizonte. Sea espejismo, o acumulación de nubes, el caso es que existen muchos testimonios de personas que dicen haberla vista y otros van más allá, ya que dicen haber estado en ella.
Unos viajeros franceses hicieron una de las primeras descripciones de la tierra firme de San Borondón. Asegura Marín de Cubas (1643-1704) que estos marinos llegaron a la isla cuando hacían la travesía desde Madeira hasta Gran Canaria. Desembarcaron en un puerto, no sabemos si natural o artificial, y aunque no vieron a nadie pudieron observar señales de haber hecho fuego y encontraron tres bueyes atados a unos pesebres de piedra. Durante su estancia cogieron naranjas, hierbabuena, y agua fresca, todo lo cual llevaron después al puerto de Gando para certificar su historia. Algunos datos más los proporciona Leonardo Torriani (1560-1628), que cuenta el caso de un barco portugués que, llegando a La Palma desde Lisboa en 1525, comenzó a hacer aguas de manera peligrosa y se vio obligado a atracar en la tierra más cercana. Resultó ser la isla fantasma, extremadamente fértil gracias a que estaba atravesada por un río que alimentaba enormes y frondosos árboles. El relato fue tan convincente que propició que un año más tarde se organizara una expedición en su búsqueda, comandada por Fernando Álvarez y Fernando de Troya, que desgraciadamente volvió sin resultados positivos. Quien sí pudo comprobar la historia de los portugueses fue un hidalgo huido de la justicia, de nombre Ceballos, que en 1554 afirmó que había estado varias veces en San Borondón, una isla con espesísimas selvas que llegaban hasta el mar y que estaba poblada de pájaros que no tenían miedo de ser atrapados con las manos. En una playa grande y hermosa, según relató, vio huellas de gigantes y restos de haberse celebrado una comida en platos vidriados. No es el único que afirma haber observado pisadas humanas de gran tamaño en las playas de San Borondón, ya que lo mismo afirmaron unos portugueses ante la Real Audiencia de Canarias en 1570, por lo que podemos colegir que los habitantes de este país son, efectivamente, gigantes, a excepción de los marinos que estos portugueses dejaron en tierra cuando las grandes corrientes les obligaron a alejarse para siempre, y de otros nautas que fueron abandonados allí en sucesivas ocasiones y en parecidas circunstancias. Y es que las corrientes marinas alrededor de San Borondón también son de proporciones desmesuradas, como explicó el corsario John Hawkins (1532-1595) cuando afirmó que sólo los piratas, los más experimentados hombres de mar, estaban capacitados para sortearlas y arribar a tierra firme. También Núñez de la Peña (1641-1721) describe las grandes corrientes que rodean la isla impidiendo cualquier acercamiento. A los bueyes que aquellos franceses habían visto atados hay que añadir otros que vieron los mismos portugueses que declararon en 1570, y también John Hawkins hizo referencia a la gran cantidad de aves y animales. Por esos años la isla de San Borondón se mostró con una frecuencia mayor de la habitual, y aunque en cada ocasión se presentaba en latitudes diferentes (normalmente al oeste de las islas Canarias y a veces algo más al norte), siempre mostraba la misma silueta, formada por dos grandes protuberancias separadas por un barranco poblado de vegetación. Así lo aseguró fray Bartolomé Casanova, quien, desde las costas de Teno (Tenerife), calculó en 1556 que los dos montes debían de ser mayores que el Teide; y así debían de imaginar la isla Roque Nunes y Martín de Araña, quienes organizaron el mismo año otra expedición para encontrarla. Mientras tanto, nuevos barcos seguían topándose con La Inaccesible por casualidad, como aquellos otros franceses que en 1560 hicieron en su costa un palo mayor para sustituir el que se les había partido. Convencidos de que estaban en la isla del santo, dejaron como testigo una carta, algunas monedas de plata y una cruz de gran tamaño. La más completa descripción que se ha hecho nunca de La Encubierta la realizaron precisamente los que encontraron esta cruz. Fue en 1570, cuando la Real Audiencia de Canarias hizo información de todo lo que se conocía sobre San Borondón para tratar de desentrañar el misterio. Numerosos testigos declararon, y entre ellos destacó un marino que había desembarcado en tan hermoso lugar poco tiempo antes. Algunos autores dicen que se trataba de Pedro Vello, piloto de Setúbal, pero parece ser que en realidad fue un tal Marcos Pérez, que viajaba con él, quien compareció ante las autoridades. Su relato cuenta que cuando volvían del Brasil camino de Madeira, a la altura de las islas Salvajes, una tempestad los condujo al triángulo formado por La Palma, La Gomera y El Hierro y los llevó frente a una isla que no era ninguna de las tres. Una tempestad les obligó a aproximarse a un puerto que avistaron. La tierra en que se encontraban tenía dos montañas, como habían descrito otros observadores. Éstas tenían color verde por la abundante arboleda, y estaban separadas por un profundo barranco. Pronto encontraron un gran brezo en el que había una cruz, tal vez la que habían abandonado los anteriores visitantes, y cerca de él, restos de hogueras, cáscaras de lapas y caracoles marinos. Más arriba había una zona de tierra donde vieron huellas humanas que doblaban en tamaño las de la gente normal. En cuanto a los animales, pudieron ver gran cantidad y variedad de ellos. (parte de este texto ha sido extraído de Rincones del Atlántico)
En el libro I, capítulo I de la Historia de la Conquista de las Siete Islas Canarias, de Fray J. Abreu Galindo, escrito entre los años 1590 a 1630, dice así: estas islas que tengo referido ser ocho eran, al tiempo que Nuestro Señor Jesucristo nació, solamente siete; aunque Tolomeo afirma no ser más de seis, entre las cuales hace mención de la isla de San Borondón, llamándola Aprositus (la Inaccesible, o isla a la cual no se puede llegar); de manera que desde el tiempo de Tolomeo, cosmógrafo que floreció en la era del emperador Marco Antonio, ciento cuarenta y cinco años después del nacimiento de Cristo, se tiene noticia de esta isla que desaparece y que está junto con estas islas de Canarias. Y así hace Plinio (escritor y orador, nacido en Como, el año 61 de la era cristiana), que dellas escribió antes de Tolomeo, (que fue en tiempo del emperador Nerón, cincuenta y seis años después de Cristo), mención de ocho nombres de islas, y Lucio Marineo, (historiógrafo y capellán de Fernando V) en el libro de Cosas memorables de España, llamando a las islas del Hierro, Ombrión o Pluvialia; la segunda La Palma, a quien llamaron Junonia Mayor, la tercera isla es La Gomera, que llamaron Junonia Menor; la cuarta Tenerife, llamada Nivaria; la quinta Canaria; la sexta es la isla de Fuerteventura que decían Planaria, la séptima es la isla de Lanzarote, a quien llamaron Capraria; la última es San Borondón, a quien llaman y nombran Aprositus, isla inaccesible.
Plutarco identificaba a las islas Canarias con los Campos Eliseos. Si San Borondón es mito, leyenda o verdad, yo no lo sé, pero cada vez que voy a las Islas Canarias no dejo de mirar al horizonte, por si los hados me permitieran “ver” ese mundo idílico donde encantada me iría a vivir.